LABERINTOS


Moría la tarde, caía la noche despidiendo el ocaso con sus arreboles tan penetrantes que hoy recuerdo como ayer, pronto el aire se sintió caminando a mí alrededor, era tan denso que sentía un profundo escalofrío, me golpeaba como una ola al mar, caminaba y mis pies se sentían cansados. Cada paso que daba se daba con dificultad, caminé guiado por el brillo que percibían mis ojos en el inmenso firmamento de aquella tenebrosa oscuridad, en ese momento no escuchaba ni un solo ruido, excepto mis suaves movimientos que hacían perder la tranquilidad de la noche y además parecían acabar con el silencio infernal, aún así seguí caminando sin dejar de parar, me sentí perdido al no ver la luz que en medio de la oscuridad percibía.

Ante esta situación sentí que me estaba muriendo en un laberinto y así como la tarde moría, la noche no llegaba a su final, luego me recosté en una alfombra, traté de romper el silencio pero me fue imposible porque fuerzas extrañas habían invadido mi humanidad, era como si un ejército de almas oscuras estuviera luchando contra mí, que no dejaba que me levantara, por eso traté y traté de pararme pero no lo conseguí. Recordé algunas oraciones que me sabía, pero ninguna de ellas pude pronunciarla por completo, no pude empezar porque ni una sola palabra aparecía dentro de mí.

Por lo tanto, traté de gritar pero el corazón se sentía oprimido y en mi garganta parecía estar atravesado algo, me asusté tanto que en ese momento pensé que ya no podría despedirme de mis padres con un abrazo y con unas cortas palabras donde pudiera al menos decirles, “los amo mucho, fui lo que fui gracias a ustedes, nunca los olvidaré”, porque me sentía vencido y doblegado a esas fuerzas extrañas, en ese instante creí que ahora sí había llegado el momento de irme de esta dimensión al traspasar el umbral pero no, la muerte me visitaba para llevarme a hacer el viaje más largo de mi vida, pero de un momento a otro sucede lo inesperado a tal punto que me dejaron en paz.

Entonces empecé a correr, mientras corría, todos los recuerdos de mi niñez y juventud pasaban por mi memoria como cuando uno se está despidiendo de esta vida para abandonar la tierra que fue todo para ti; al hacer este recorrido empecé a sudar frío, me detuve y al hacerlo de un momento a otro cayó un torrencial aguacero, rayos iban y venían y en su paso iban desraizando árboles que tenían muchos años de vida, era como si la mano del señor los estuviera arrancando a propósito, pero no, era la naturaleza la que en ese momento estaba haciendo estragos, porque cada rayo que caía iba dejando vestigios de lo que fueron esos árboles en la noche y en el día y diciendo una consigna que no era más que aquella que decía: “Los hombres no lograron vencerla ni nunca lo podrán hacer”.

A cierta distancia logré ver algunos destellos momentáneos, me di cuenta que éstos provenían de una humilde granja, como pude llegué allí con mi ropa toda empapada de agua, ya faltaban unos pocos pasos por dar, cuando de pronto se encendió una luz, era la de una habitación, aún así llegué a ella aferrado a mi última esperanza de poder seguir sobreviviendo, recuerdo que toqué la puerta y esta se abrió por sí sola, me llené de valor y sin pensarlo dos veces entré. Inspeccioné el lugar, éste estaba revestido por una atmósfera sombría, allí la soledad reinaba más que nunca, el silencio que se albergaba en aquel lugar era como estar encerrado en ataúd.

De nuevo el cansancio terminó con mi curiosidad haciendo que el sueño me ganara la batalla, por eso decidí recostarme en una cama llena de telarañas y curtida de polvo por los años, porque ya no tenía tiempo de buscar otra para poder descansar, se veía provocativa no lo niego, me lancé sobre ella sin pensarlo dos veces, y así como cae una roca en el fondo del mar, así fue como caí rendido.

Mientras que pasaba la noche en esa granja olvidada, de inmediato sentí la presencia de alguien en la habitación donde estaba, pero no la pude ver, fue así como el miedo se apoderó de mí, la angustia de salir de allí me rondaba como nunca en mi vida, nubarrones grisáceos y negros veía por entre una de las tejas de barro que hacía falta, en menos de nada se formó la imagen de un espectro, lo que hizo que mi corazón violentamente latiera sin parar, la preocupación se apoderó de mí, entonces quise gritar pero no pude, la angustia cada vez más era incesante, luego a mi olfato llegó el olor del azufre, luché con todo aquello que en ese momento cría misterioso, pues no tenía la razón suficiente para explicarme cómo era que había ocurrido todo esto, pero el poder de mi mente me sacó a flote y la mano de mi Dios me libró de ese trance; pronto desperté, y cuando abrí mis ojos supe que me estaba muriendo en el túnel de los recuerdos.

Por: Willian Geovany Rodríguez Gutiérrez
Licenciado en Lengua Castellana
Universidad del Tolima




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