LA NOVELA DE LA VIOLENCIA EN LA HISTORIA DEL TOLIMA

Son pocas las obras que en la historia del departamento del Tolima han aparecido en ruptura con la estética de la violencia bipartidista entre las que se pueden nombrar “Sin tierra para morir” del escritor tolimense Eduardo Santa y otras que surgieron después de 1952 como Cantata para el fin de los tiempos, los Peregrinos de la muerte y las Hartmann, fracturaron la narración realista para dar paso al tratamiento de diversos temas (la escritura, el erotismo y la tragedia) y así desplazar la reflexión sobre la violencia bipartidista.


Las primeras permitieron el ascenso de un número heterogéneo de escritores provenientes de clases medias, que tenían la intención de profesionalizar el ejercicio de la creación ficcional como lo asegura el profesor Leonardo Monroy Zuluaga, además de esto se crearon las condiciones para que el artista no sólo se convirtiera en la voz crítica de la democracia sino también en la voz crítica de la sociedad que era capaz de dar cuenta de los hechos cruentos y atrocidades realizadas sobre las fuerzas campesinas y en especial sobre las capas liberales, las cuales devienen en algunas ocasiones de la confrontación entre partidos políticos y en otras por la posesión del poder.


Al respecto la obra literaria “Sin tierra para morir” del escritor Eduardo Santa nos muestra que: “Eran dos, tres, cuatro o cinco muertos diarios contemplaban horrorizados los vecinos en la plaza de Pueblo Nuevo, las violaciones, el robo del ganado, los atropellos a las personas, el chantaje, habían aumentado en forma verdaderamente alarmante. De noche los disparos al aire contra las personas y los ranchos se habían hecho familiares.” (Pág. 200)


A raíz de todos esos hechos, ciertas obras fueron omitidas como producto de la no pertenencia al monopolio, aquel mismo que es establecido por los centros de poder, que son los que imparten unas directrices de tipo centralista.


De otro lado, las últimas lograron con la fractura huir de las militancias políticas que habían minado la ambigüedad del género con tal de construir la atmósfera de desolación e impotencia propia de una época, lo que permitió según el profesor Leonardo Monroy Zuluaga, que esta clase de novela no acudiera a los derramamientos de sangre, descripciones macabras de la barbarie ni mucho menos al conteo de muertos, como había sucedido con las anteriores propuestas literarias.


De todos modos, tanto las primeras como las últimas sirvieron para construir la historia de la literatura colombiana que hoy todos conocemos. Sin embargo hay que aclarar que el problema de la violencia por aquel entonces siguió presente en las propuestas literarias tales como: “No morirás”, “Narración a la Diabla” y las Horas Muertas, todas éstas de escritores tolimenses e incluso en las nuevas propuestas, como por ejemplo “Los Ejércitos”, del escritor cundinamarqués Luis Evelio Rosero, “La Aldea de las Viudas”, del escritor tolimense James Cañón, entre otras.


Al respecto el Profesor Leonardo Monroy Zuluaga menciona que la violencia bipartidista es un tema al que la novelística del Tolima no le ha dado un adiós definitivo, porque esta como nos lo indica el investigador Augusto Escobar ha sido el hecho socio-político e histórico más impactante en lo que va corrido del presente siglo y, quizá, también el más difícil de esclarecer en todas sus connotaciones, en razón de los múltiples factores que intervinieron en su desarrollo.”


Por tal razón, se puede considerar que aunque dicho tema sigue siendo recurrente en el hacer novelesco, los escritores contemporáneos no renuncian a abandonar esa tradición literaria que por décadas ha seguido pero de una manera evolucionada, es decir que ha estado presta a las nueves técnicas de experimentación, estrategias estilísticas y técnicas narrativas propias de la modernidad.


Luego de este panorama se hace necesario referirnos a la obra literaria “Sin tierra para morir” del escritor tolimense Eduardo Santa que en las primeras líneas de este estudio literario nombramos.


Por tanto, esta obra aborda la violencia no desde la primera etapa como lo es la de que literatura sigue paso a paso los hechos históricos que señala el investigador Augusto Escobar sino desde el momento en que esta adquiere: “una coloración distinta al azul y rojo de los bandos iniciales en pugna, los escritores van comprendiendo que el objetivo no son los muertos, sino los vivos, que no son las muchas formas de generar la muerte (tanatomanía), sino el pánico que consume a las víctimas”, y eso es precisamente lo que genera esta obra en las personas afectadas por el conflicto armado, porque según nos cuenta el escritor Eduardo Santa “Todo era angustia, confusión, fiebre loca de salir, de abandonar la tierra.” (Pág. 203).


Aún así hay que señalar que el tipo de violencia que trata es la bipartidista, aquella misma que es propagada por los dirigentes del bipartidismo tradicional de este país, quienes “han manipulado a los gobiernos de Washintong para favorecer sus propios intereses”, sostuvo el politólogo norteamericano y director Académico del Centro de Estudios Latinoamericanos de Georgetown University, Mar Chernick.


Ante esto, esta obra se centra en la barbarie de los gamonales y las fuerzas del estado, porque es aquí donde nace lo que pudiéramos llamar la novela de la violencia así como lo han sido la novela histórica, sicológica, etc., así la novela de la violencia es conocida por el investigador Augusto Escobar como aquella en la que: “pone de manifiesto de dónde viene esa literatura, su pertenencia, es decir, que se desprende directamente del hecho histórico. Entre la historia y la literatura se produce una relación de causa-efecto. Por eso la trama se estructura en un sentido lineal, en secuencias encadenadas por continuidad, que conducen ordenadamente de la situación inicial a las peripecias y de éstas al desenlace, sin alteraciones, coincidiendo artificialmente la extensión del relato con la extensión temporal de los hechos, es decir, el tiempo de la historia es igual al tiempo de la enunciación.”


De otro lado, esta obra se ubica en la segunda etapa de violencia a saber: la violencia militar de tendencia conservadora entre 1953 y 1958; porque dentro de esta línea de tiempo es cuando se escribe la novela “Sin tierra para morir” del escritor Eduardo Santa la cual pretende dar cuenta de los daños.


Por lo anterior, no cabe duda que el daño que se ocasiona a la población que vive en la violencia es innegable y traumático y así lo señala el investigador Augusto Escobar: “la violencia se instaura el imperio del terror en los campos y poblados, se despoja al campesino de la tierra y de sus bienes, o se le amenaza para que venda a menos precio. Se asesina selectivamente o de una manera masiva, la sevicia o la tortura contra las víctimas no tiene límite, se amedrenta a los trabajadores descontentos. Se produce un éxodo masivo hacia las ciudades, refugio temporal de los desheredados que pronto engrosan la marginalidad y se convierten en problema social por el abandono en el que se los deja.”


Por: Willian Geovany Rodríguez Gutiérrez

Licenciado en Lengua Castellana

Universidad del Tolima

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